Conócete a ti mismo

Conócete a ti mismo

En numerosas ocasiones, el aforismo que da título a este artículo ha sido utilizado como elemento esencial para el desarrollo de la psicología, haciendo referencia a que el núcleo básico de nuestro bienestar y felicidad se encuentra en la asunción de nuestro bagaje como individuos y cómo ha influido este en lo que somos hoy en día.

No obstante, es bastante paradójico pensar que en la Antigua Grecia, de donde proviene esta magnífica reflexión, la finalidad de este consejo no estaba dirigida a pararnos en analizar nuestro pasado, sino precisamente en todo lo contrario, en identificar cómo somos realmente ahora para, a partir de ahí, poder crecer como personas y miembros de una sociedad.

Para reflejar de un modo gráfico este pensamiento, desde el Instituto de Altos Estudios Especializados SERCA queremos ofrecerte el relato oriental titulado “El árbol que no sabía quién era”, en el que se pone de manifiesto la importancia de conocernos para poder evolucionar.

Había una vez, en un territorio lejano, un jardín esplendoroso, compuesto por todo tipo de vegetación: manzanos, naranjos, perales, grandes rosales,… Todo era alegría en el jardín y todos sus habitantes estaban muy satisfechos y felices, excepto un árbol que se sentía profundamente triste. Tenía un problema: no daba frutos.

-No sé quién soy… -se lamentaba-.

-Te falta concentración… -le decía el manzano- Si realmente lo intentas podrás dar unas manzanas buenísimas… ¿Ves qué fácil es? Mira mis ramas…

-No le escuches. -argumentaba el rosal- Es más fácil dar rosas. ¡Observa qué preciosas son!

Desesperado, el árbol intentaba todo lo que le sugerían. Pero como no conseguía ser como los demás, cada vez se sentía más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín un búho, la más sabia de las aves. Al ver la desesperación del árbol exclamó:

-No te preocupes. Tu problema no es tan grave… Tu problema es el mismo que el de muchísimos seres sobre la Tierra. No dediques tu vida a ser como los demás quieren que seas. Sé tú mismo. Conócete a ti mismo, tal como eres. Para conseguir esto, escucha tu voz interior…

¿Mi voz interior?… ¿Ser yo mismo?… ¿Conocerme?… -se preguntaba el árbol angustiado y desesperado-. Después de un tiempo de desconcierto y confusión se puso a meditar sobre estos conceptos.

Finalmente un día llego a comprender. Cerró los ojos y los oídos, abrió el corazón, y pudo escuchar su voz interior susurrándole:

“Tú nunca en la vida darás manzanas porque no eres un manzano. Tampoco florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Tú eres un roble. Tu destino es crecer grande y majestuoso, dar nido a las aves, sombra a los viajeros, y belleza al paisaje. Esto es quien eres. ¡Sé quién eres!, ¡sé quién eres!…”

Poco a poco el árbol se fue sintiendo cada vez más fuerte y seguro de sí mismo. Se dispuso a ser lo que en el fondo era. Así, pronto ocupó su espacio y fue admirado y respetado por todos.

Solo entonces el jardín fue completamente feliz, cuando cada uno de sus miembros consiguió encontrarse plenamente orgulloso de lo que realmente era.

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