A lo largo de los últimos días, desde el Instituto de Altos Estudios Especializados SERCA, hemos venido publicando en este blog una serie de artículos acerca de las distintas etapas en las que se puede descomponer, de forma orientativa, el desarrollo evolutivo en la infancia y la adolescencia, que hoy finalizaremos con la profundización en el análisis de los principales aspectos que caracterizan este proceso desde los 11 a los 14 años.
Este periodo viene determinado por el inicio de la adolescencia, una etapa de transformación en la que la persona deja atrás su condición infantil para pasar a adquirir un estatus adulto.
A pesar de que tradicionalmente se ha considerado como una fase inestable del desarrollo humano, diversas personalidades en el mundo de la psicología evolutiva están fomentando su consideración como un periodo tranquilo en el que no se observan dificultades especiales para el menor.
El desarrollo físico vendrá marcado por la entrada en la pubertad, el inicio biológico de la adolescencia, que comenzará por la aparición de una serie de cambios hormonales producidos por el hipotálamo, que acelerarán la velocidad de crecimiento, principalmente de los genitales y el aparato reproductor, lo que implicará análogamente una mayor generación hormonal.
También se experimentará un relativo entorpecimiento de los movimientos corporales, fruto de los cambios bruscos de tamaño, peso y talla.
En este sentido, existen diferencias significativas respecto a la reacción a los cambios que se producen, ya que mientras que en los niños el desarrollo precoz es aceptado positivamente, e incluso deseado, en las niñas suele suponer un conflicto al alejarse, en su opinión, de la imagen social de belleza. Habrá que prestar atención a los comportamientos asociados a este aspecto.
En el ámbito del desarrollo cognitivo, esta etapa destaca por el desarrollo de una mayor autonomía y capacidad de razonamiento riguroso en los adolescentes.
Además se experimentarán cambios cognitivos e intelectuales de envergadura, como la aparición del pensamiento abstracto, que permitirá razonar sobre suposiciones más allá de las realidades contrastadas y encontrar multitud de soluciones y alternativas gracias a la capacidad de llevar a cabo análisis causales.
Asimismo, la pubertad y posterior adolescencia constituye una etapa clave para la consolidación de la personalidad, que se ha ido formando a lo largo de la infancia, si bien esta estará en construcción a lo largo de toda la vida.
Por último, a pesar de que la pubertad es una etapa principalmente caracterizada por aspectos biológicos, también está asociada a diversos cambios en el desarrollo psicosocial, íntimamente relacionados con los anteriores.
A lo largo de la pubertad se produce el desarrollo moral del individuo, como consecuencia de la adquisición de una autonomía ética propia. A raíz de este cambio en la personalidad, la adolescencia conllevará la aparición de dos conductas aparentemente contradictorias, una prosocial, de concienciación y ayuda a los demás, y otra antisocial, asociada a la resistencia, en ocasiones violenta, a lo establecido.
A nivel familiar se pueden producir durante esta etapa fricciones paternofiliales, que podrán ser resueltas a través de la flexibilidad y el diálogo.