La educación a todos los niveles cumple una serie de objetivos encaminados a la transferencia a las nuevas generaciones de todos aquellos conocimientos que forman parte del acerbo cultural de una sociedad. No obstante, además de enseñar, su fin primordial y esencial se basa en educar al alumnado, en estrecha colaboración con el entorno familiar, para que incorporen a su comportamiento una serie de valores y pautas socioculturales, como el principio de igualdad efectiva entre mujeres y hombres.
Actualmente nos encontramos en una sociedad cada vez más igualitaria, gracias a la supresión de una gran cantidad de barreras que durante años habían limitado el papel de la mujer en la sociedad.
No obstante, todavía son visibles una gran cantidad de estereotipos y conductas que es preciso erradicar definitivamente, comenzando por la puesta en práctica de medidas educativas que permitan a nuestros hijos e hijas conseguir que conceptos como el techo de cristal, la división por sexos de los roles familiares y, en sentido extremo, la violencia de género, sean considerados como elementos de un pasado al que jamás deberemos volver.
Para la consecución de una educación en igualdad plena deberemos empezar por transmitir al alumnado, desde los niveles iniciales del sistema educativo, la enorme importancia del respeto hacia los demás.
A partir de este primer gran paso para la formación de un carácter igualitario, será necesario actuar contra determinados comportamientos que los niños y niñas pueden observar en su entorno familiar y cercano, como la perpetuación de los roles familiares o la segregación por sexos en cuanto a la transmisión de valores que condicionarán sus comportamientos y actitudes futuras.
Para ello será necesario, llevar a cabo un proceso de desmontaje de todas aquellas etiquetas sexistas y destructivas que el menor, sea niño o niña, puedan observar y asimilar como normales tanto en el seno del centro educativo como en su entorno cercano.
Del mismo modo, si se considera conveniente, se deberán establecer los cauces para concienciar a sus progenitores de la necesidad de educar a sus hijos e hijas a partir de la individualidad, es decir, como personas distintas, diferentes, independientes y libres, sin condicionar su vida por el sexo con el que hayan venido al mundo.
Solamente así conseguiremos que las generaciones venideras puedan desarrollar su vida en una sociedad plenamente justa e igualitaria.