A lo largo de los dos últimos artículos publicados en este blog, desde el Instituto se Altos Estudios Especializados SERCA hemos querido poner de manifiesto la importancia en la adquisición de la resiliencia dentro de nuestro carácter y su potenciación durante la infancia y la adolescencia como cualidad indispensable para afrontar los retos que se nos presentan en la vida.
Pero, ¿por qué es tan importante fomentar la resiliencia precisamente durante la niñez y no con posterioridad? Aunque no seamos plenamente conscientes de ello, la mayor parte de nuestras actitudes y comportamientos durante la edad adulta provienen de lo que hemos visto y experimentado durante nuestra infancia, llegando a condicionar nuestra vida hasta el exceso.
Para explicar mejor este aspecto hemos considerado de gran interés recordar uno de los relatos más célebres de Jorge Bucay, “El elefante encadenado”, ya que ofrece una reflexión muy visual e intuitiva sobre las repercusiones de nuestras experiencias infantiles y la dificultad que entraña modificar nuestro comportamiento una vez que somos adultos.
“Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de ellos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido de otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un tamaño, un peso y una fuerza descomunales… Pero después de la actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y aunque la madera era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente. ¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando era niño, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces por el misterio del elefante… Alguno de ellos me explicó que el elefante no huía porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?” No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo, me olvidé del misterio del elefante y la estaca…
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:”El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño”.
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que “no podemos” hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.
Esto es lo que te pasa, vives condicionado por el recuerdo de una persona que ya no existe en ti, que no pudo.”
A partir del relato que nos ofrece Jorge Bucay se puede complementar los artículos anteriores y entender mejor la diferencia entre resiliencia y resistencia pasiva o estoica, que sería cuando nos enfrentamos a situaciones traumáticas y, como el elefante encadenado, ante nuestra impotencia inicial, aceptamos sumisamente sus consecuencias sin llevar a cabo una adaptación positiva o aprendizaje.