Hace unos días, concretamente el pasado 7 de agosto, desde el Instituto de Altos Estudios Especializados SERCA llevamos a cabo una reflexión sobre el concepto de educación inclusiva, mediante la exposición de la ‘Parábola del invitado a cenar’, recogida por Pere Pujolàs Mases en su libro “Aprender juntos, alumnos diferentes: los equipos de aprendizaje cooperativo en el Aula”.
La educación inclusiva abarca una forma de entender y desarrollar la educación desde la diversidad, que se encuentra de plena vigencia tanto en nuestro contexto educativo como a nivel internacional, pero ¿en qué consiste realmente la educación inclusiva?, cuando hablamos de inclusión e integración ¿nos estamos refiriendo a lo mismo?, ¿cuáles son las claves para el desarrollo de una educación plenamente inclusiva? En este artículo y en el próximo vamos a tratar de dar respuesta a estas cuestiones.
A grandes rasgos, la educación inclusiva parte de un supuesto básico elemental que defiende que es necesario modificar el sistema educativo para que este pueda responder a las necesidades de todo el alumnado, en lugar de que deban ser el propio alumnado el que se tenga que adaptar a un sistema preestablecido.
Por tanto, promueve un enfoque diferente respecto a la identificación, tratamiento y resolución de las dificultades que surgen en los centros educativos, tomando como referencia la reducción de las barreras de aprendizaje y participación mediante la potenciación de los recursos para el apoyo a todos los miembros de la comunidad educativa.
Así, la educación inclusiva defiende una escuela para todos, independientemente de sus características y diferencias en cuanto a raza, religión, cultura, lengua, capacidad o cualquier otro aspecto.
No obstante, el concepto de inclusión va más allá del concepto de integración, ya que para que exista un proceso de integración se presume que debe haberse producido una exclusión previa. La inclusión, por el contrario se basa en que la comunidad educativa debe ejercer su labor docente y educacional sobre todo el alumnado sin plantearse en modo alguno una segregación grupal, sino a partir de un proyecto común en la que impere una cultura de apoyo mutuo.
En suma, y tomando como referencia a Ángeles Parrilla, Catedrática de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de Sevilla, la educación inclusiva propone una ética basada en la participación activa, social y democrática y, sobre todo, en la igualdad de oportunidades, es decir, la educación inclusiva forma parte de un proceso de inclusión social más amplio, que ejerce de pensamiento social transformador.