Cuando hablamos de autonomía, dentro del ámbito de la psicología evolutiva, estamos haciendo referencia a la capacidad que tiene cada individuo para establecerse a sí mismo una serie de normas para gestionar su comportamiento, sin que sea necesaria la existencia de presiones externas o, incluso, internas.
No obstante, la autonomía no solamente se basa en tomar conciencia de lo que ‘creemos que debemos hacer’ sino que debe venir acompañada por la capacidad de análisis sobre si estamos en lo cierto al plantearnos dicha conducta o tratamos de convencernos a nosotros mismos, es decir, para que la autonomía sea considerada como una competencia realmente útil para el ser humano deberá estar acompañada de unas dosis óptimas de conciencia moral, de donde surge inevitablemente el concepto de responsabilidad.
Se entiende por responsabilidad, desde una perspectiva moral, aquel atributo que está presente en la conciencia de las personas que contribuye a su capacidad de reflexionar sobre las consecuencias que tendrán sus actos en todos los ámbitos de la vida.
Por tanto, cuando desarrollamos en el niño su capacidad de autonomía estaremos trabajando indirectamente sobre el crecimiento de su responsabilidad, ya que se potenciarán aspectos tan esenciales para su óptimo desarrollo evolutivo como son su seguridad en si mismo y en sus actos, su fuerza de voluntad o su disciplina.
Un elemento de gran valía para trabajar la responsabilidad del menor es la delegación de pequeñas tareas de la vida cotidiana, siempre adaptadas a su edad, tanto en el ámbito escolar como en el ámbito familiar. Así, aspectos como asociar el juego a dejar la habitación recogida o mantener ordenado su pupitre una vez que haya terminado de colorear un dibujo influirán muy positivamente en que el niño entienda que la relación necesaria entre su diversión y la existencia de un cierto orden para poder volver a jugar en el futuro.
Si bien durante las primeras etapas de la vida el trabajo sobre la autonomía y la responsabilidad puede verse apoyado en la obtención de refuerzos positivos, como premios, o negativos, en forma de pequeños castigos, a medida que el menor vaya creciendo deberá entender que actuar de forma autónoma y responsable no puede estar asociado a la obtención de un beneficio sino que es la única forma válida de comportarse en sociedad.
No obstante, siempre será de gran utilidad la existencia de una retroalimentación continua, que le permita tomar conciencia de aquello que ha hecho bien y aquello que ha hecho mal, pero siempre desde una perspectiva constructiva que le haga ver aquello en lo que puede mejorar.