Hoy finalizamos este repaso que hemos realizado en las últimas semanas acerca de las distintas competencias esenciales en el desarrollo evolutivo durante la infancia y la adolescencia, así como de los factores que caracterizan y fomentan su asimilación durante los primeros años de vida de las personas, y lo hacemos con una capacidad que permite hacernos una idea de la importancia que, para los seres humanos, tiene la adquisición de competencias de carácter social, es decir, relacionadas con la interacción con otros individuos y el desarrollo de un esfuerzo conjunto para la consecución de unos objetivos comunes. Estamos hablando de la cooperación.
La cooperación implica, como el propio vocablo expresa, co-operar, es decir, “trabajar juntos” para alcanzar un fin, por lo que es imprescindible la presencia y colaboración directa de otras personas, permitiendo la aparición de una serie de sinergias que aumentan exponencialmente el rendimiento del grupo, en relación a los resultados que se obtendrían si trabajásemos de un modo individual.
Asimismo, la concienciación hacia la cooperación facilita el desarrollo colateral de otras habilidades más complejas como la mejora del autoconocimiento, la coordinación grupal, la asunción de responsabilidades o la gestión de conflictos, entre otras.
Si bien la sociedad actual se caracterizar por una visión individualista de la realidad, principalmente en la medición de rendimiento académico o profesional, la eclosión de internet y las redes sociales están permitiendo comenzar a entrever una tendencia de la sociedad hacia la obtención de objetivos comunes, desarrollándose conceptos como el ‘consumo colaborativo’ o, en relación al tema que nos ocupa, el aprendizaje en un ‘entorno colaborativo’.
Desde su mismo nacimiento, el niño va asimilando de forma inconsciente la importancia de la cooperación dentro del seno familiar, ya que necesita de otros individuos, en este caso sus progenitores, para sobrevivir, aunque es en la segunda infancia, a partir de los cuatro años, cuando el deseo de participación social y la capacidad de relacionarse e interactuar con otros individuos se va haciendo más fuerte, hasta llegar a su punto álgido a partir de los siete años.
Para contribuir a la adquisición de este sentimiento de pertenencia a un grupo, es de gran importancia que se trabaje con el menor en todos los ámbitos de su vida:
- En el ámbito familiar, compartiendo desde su primera infancia actividades didácticas y lúdicas que les permitan tomar conciencia de su integración dentro de un círculo de confianza mutua.
- En el ámbito escolar, a través de la elaboración de trabajos en equipo.
- En el ámbito extraescolar, mediante su participación en actividades deportivas y culturales grupales.
- En el ámbito social, por medio del desarrollo de su solidaridad con aquellas personas que pasan por dificultades, fomentando su contribución en diversas acciones de voluntariado junto a sus progenitores.