Uno de los aspectos característicos e intrínsecos al ser humano, que lo diferencia del resto de especies que habitan la tierra y que ha contribuido notablemente a nuestro nivel de progreso actual, es el deseo de saber, es decir, la curiosidad por conocer y entender todo aquello que nos rodea.
Este elemento inherente al ser humano es aún mayor durante los primeros años de nuestra vida, ya que todo lo que observamos a nuestro alrededor es todavía desconocido para nosotros, despertando ese interés innato hacia su observación, experimentación y comprensión.
En una primera etapa el deseo de saber de los niños y niñas estará enfocado hacia sí mismo, comenzando por la exploración de su propio cuerpo y de su capacidad para la realización de actividades lúdicas, como andar, correr o jugar.
Cuando el menor alcanza una edad aproximada de 5 años, la curiosidad pasará a ampliarse hacia su entorno cercano, partiendo del interés respecto a la familia y su posición dentro de ella y, posteriormente, hacia un círculo cada vez más amplio, como los fenómenos naturales o todas aquellas cosas del mundo exterior que le causan interés o sorpresa, entre las que destaca, por encima de las demás, su intento de comprensión sobre la vida y la muerte.
A pesar de que las personas adultas hemos perdido, en gran medida, esta percepción del mundo como un escenario lleno de cosas nuevas que aprender, influidos por condicionantes culturales y sociales, o por nuestra propia experiencia vital, es muy aconsejable que intentemos ver la realidad con los ojos de un niño, para así poder responder a sus múltiples preguntas con un lenguaje sencillo y comprensible para ellos.
Además, es esencial que tomemos conciencia de la importancia capital de aquellos instrumentos que contribuyen a satisfacer su curiosidad, como los cuentos, los juegos, el dibujo, el moldeado o, más adelante, la lectoescritura.
En resumen, desde nuestro papel de educadores o progenitores debemos alentar todas aquellas actividades que fomenten positivamente el desarrollo de la creatividad e imaginación desbordante de los niños durante los primeros años de su desarrollo evolutivo.