Trabajando el desarrollo de competencias. Espíritu crítico

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Una gran parte de lo que somos actualmente como sociedad, con nuestras virtudes y nuestros defectos, se lo debemos a la capacidad sobre la que vamos a profundizar hoy, una capacidad que es exclusiva e intrínseca al ser humano y que propicia la búsqueda continua de la excelencia en todos los ordenes de nuestra vida. Estamos hablando del espíritu crítico o inconformismo.

Se puede definir el espíritu crítico como ese pensamiento interior que nos mueve a cuestionarnos de forma individual los límites establecidos por el entorno y que se traducen en valores, principios o normas culturales o sociales, estableciéndose como un punto intermedio entre la obediencia ciega y la rebeldía irracional.

A partir de la formación de una adecuada capacidad de espíritu crítico estaremos, pues, en disposición de generar nuestras decisiones de forma autónoma, movidos por un criterio propio que nos caracteriza como personas.

En el caso de los niños y niñas, la adquisición de la capacidad de espíritu crítico es fundamental para que adquieran la madurez suficiente para enfrentarse a las presiones que les impone el entorno, cuestionando por ejemplo diversos valores asociados, en cierta forma, a la sociedad actual, como el consumismo, el seguimiento de modas pasajeras o el posible consumo de sustancias nocivas en su círculo cercano de amistades.

Como se puede observar por los ejemplos anteriormente expuestos, el espíritu crítico adquiere su máxima importancia durante la adolescencia, ya que en esta etapa el control de los progenitores tiende a ser sensiblemente inferior y el menor debe comenzar a enfrentarse a los ‘peligros’ de la sociedad por sí solo.

En este sentido, se pueden enumerar una gran multitud de factores que influyen en el desarrollo del espíritu crítico durante la adolescencia, aunque habría que destacar, por encima de los demás los que se recogen a continuación:

  • Ejemplo; como hemos comentado en otras ocasiones en este blog, durante la niñez y adolescencia el aprendizaje por imitación es quizás el que establezca unos lazos más fuertes en el desarrollo evolutivo del menor.
  • Coherencia; en relación con el factor anterior, el comportamiento de las personas adultas que conforman el ámbito escolar y familiar del niño debe estar caracterizado por la coherencia, para evitar la aparición de ‘dilemas morales’ en cuanto al comportamiento más correcto en relación a un hecho o situación concreta.
  • Comprensión; el desarrollo evolutivo es un camino en el que se alternarán, de forma constante, aciertos con errores. Si pretendemos que el menor extraiga conclusiones de sus errores que le ayuden a crecer como persona, deberemos ofrecerles unas altas dosis de comprensión e indulgencia.
  • Serenidad; no será posible pretender que el menor tenga un criterio propio fuera del hogar cuando en el seno de la familia se le exige que siga los principios expuestos por sus progenitores sin realizar cuestionamiento alguno. Por tanto, es esencial la existencia de un ambiente de diálogo abierto y sincero en el ámbito familiar para desarrollar así una conducta autónoma que desemboque, paradójicamente, en comportamientos acordes a lo que esperamos de ellos.

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