Trastornos del lenguaje en la infancia y la adolescencia. Cuando el problema está en la escritura (2)

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Toda vez que en nuestra anterior entrada comenzamos a desgranar los trastornos del lenguaje escrito que se pueden presentar, con mayor frecuencia, durante la infancia y la adolescencia, con la exposición de los aspectos más relevantes sobre la Dislexia, en este último artículo de la serie vamos a enfatizar en los otros dos principales trastornos de este tipo, como son la Disortografía y la Disgrafía.

Disortografía; se trata de un trastorno específico de la escritura, ya que se basa en la sustitución u omisión de letras en la construcción de un mensaje escrito, debido a la presencia de dificultades para establecer una asociación óptima entre el código escrito propio y las normas ortográficas establecidas en el idioma del niño y la escritura de las palabras.

Por tanto, la presencia de Disortografía se puede identificar por la dificultad de asociación entre los sonidos y su escritura, o bien por la existencia de problemas en la integración y asimilación de la normativa ortográfica establecida, o en la conjunción de ambos elementos.

En este sentido, no se puede hablar de la presencia de Disortografía por la aparición de faltas ortográficas ocasionales, sino únicamente cuando la secuenciación de errores es sistemática y reiterada.

Su tratamiento no conlleva el establecimiento de medidas específicas de actuación, más allá del apercibimiento del error y la exposición didáctica de aquellas reglas ortográficas sobre las que el niño o la niña presenta mayores dificultades de asimilación.

Disgrafía; su aparición radica en un trastorno funcional, asociado a la dificultad de coordinación de los músculos de la mano y el brazo, que repercute en la calidad de la escritura del niño, tanto si este afecta a la totalidad del contenido escrito, denominado Disgrafía Léxica, como si se pone de manifiesto de forma específica en la forma de las letras, donde hablaremos de Disgrafía Motriz o Caligráfica.

Este trastorno del lenguaje escrito puede empezar a considerarse como tal a partir de los 7 u 8 años de edad, ya que previamente el diagnóstico podría estar distorsionado por aquellos rasgos propios de la inmadurez del niño.

En contra de lo que se pueda presumir, el tratamiento de la Disgrafía no debe consistir en una mayor ejercitación de la escritura por parte del niño, sino que deberá orientarse hacia la superación de aquellas dificultades que afectan a la calidad de su escritura, a través de actividades dirigidas al aumento de su coordinación global y manual, hasta conseguir un estilo de escritura totalmente normal.

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