La identificación precoz del Trastorno del Espectro Autista durante los primeros años de vida representa uno de los mayores desafíos en el ámbito del neurodesarrollo infantil. Como profesionales de la psicología y la educación, nuestra capacidad para reconocer los indicadores iniciales puede marcar una diferencia significativa en el pronóstico y la calidad de vida de estos niños (Petricoin et al., 2025).
La detección temprana no solo facilita el acceso a intervenciones especializadas en momentos críticos del desarrollo neurológico, sino que también proporciona a las familias herramientas para comprender y acompañar adecuadamente a sus hijos. En este contexto, resulta fundamental contar con conocimientos actualizados sobre las manifestaciones iniciales del espectro autista.
Desarrollo típico versus atípico en la primera infancia
Para identificar desviaciones en el desarrollo, es imprescindible comprender primero los hitos evolutivos esperados. Durante los tres primeros años, los niños experimentan transformaciones extraordinarias en múltiples áreas: comunicación, interacción social, desarrollo motor y procesamiento sensorial (Le et al., 2023).
En el desarrollo normativo, observamos patrones de reciprocidad social que emergen desde las primeras semanas de vida. Los bebés típicamente responden a estímulos sociales con sonrisas, mantienen contacto visual y muestran interés genuino por los rostros humanos. Estas capacidades constituyen los cimientos de la comunicación preverbal y el apego seguro.
Sin embargo, cuando existen alteraciones en el neurodesarrollo asociadas al espectro autista, estos patrones pueden manifestarse de forma cualitativamente diferente o aparecer con retrasos significativos. Es crucial enfatizar que la variabilidad individual es considerable, y no todos los niños presentan el mismo conjunto de características.
Indicadores en el área de comunicación social
Contacto visual y atención conjunta
Uno de los marcadores más precoces y consistentes se relaciona con el patrón de contacto ocular. Los niños con desarrollo atípico suelen mostrar contacto visual reducido, evitativo o cualitativamente diferente. No se trata únicamente de una ausencia de mirada, sino de una alteración en la utilización social de los ojos como herramienta comunicativa.
La atención conjunta, definida como la capacidad de coordinar la atención entre un objeto de interés y otra persona, representa otro indicador fundamental. Típicamente, alrededor de los 9-12 meses, los niños comienzan a señalar objetos para compartir su interés, alternan la mirada entre el objeto y el adulto, y responden cuando otros intentan dirigir su atención. En el espectro autista, estas habilidades pueden estar ausentes o aparecer significativamente retrasadas.
Comunicación preverbal y desarrollo del lenguaje
El balbuceo, que normalmente emerge entre los 6-8 meses, puede presentar características atípicas. Algunos niños muestran un balbuceo reducido, monótono o con patrones inusuales de entonación. Otros pueden desarrollar un repertorio vocal limitado o cesar el balbuceo después de haberlo iniciado.
Las primeras palabras suelen aparecer alrededor del año de vida, expandiéndose progresivamente durante el segundo año. Las señales tempranas de TEA en niños de 0-3 años incluyen retrasos en la aparición del lenguaje expresivo, ausencia de palabras a los 16 meses o de frases de dos palabras a los 24 meses. No obstante, algunos niños pueden desarrollar vocabulario pero utilizarlo de forma peculiar, con ecolalias o sin propósito comunicativo social.
Patrones de interacción social
Reciprocidad socioemocional
La reciprocidad en las interacciones tempranas constituye un pilar del desarrollo social. Los bebés típicamente disfrutan de juegos sociales simples como el “cucú-tras”, responden a su nombre consistentemente alrededor de los 12 meses, y buscan activamente compartir experiencias emocionales con sus cuidadores.
En niños con desarrollo atípico en el espectro, podemos observar una respuesta reducida o ausente al nombre, falta de interés en juegos sociales, y dificultades para establecer y mantener interacciones recíprocas. Pueden parecer “en su propio mundo”, mostrando preferencia por la soledad y limitado interés en otros niños.
Imitación y juego simbólico
La imitación espontánea de acciones y gestos emerge naturalmente durante el primer año. Los niños típicamente imitan acciones simples, expresiones faciales y, posteriormente, secuencias de comportamiento más complejas. Esta capacidad resulta fundamental para el aprendizaje social y el desarrollo del juego.
El juego simbólico, que normalmente aparece entre los 18-24 meses, puede estar ausente o significativamente limitado. Los niños pueden mostrar preferencia por manipular objetos de forma repetitiva en lugar de utilizarlos de manera funcional o imaginativa. El juego tiende a ser menos variado y más estereotipado.
Comportamientos, intereses y actividades restringidas
Patrones repetitivos y estereotipias
Las conductas repetitivas pueden manifestarse de múltiples formas durante la primera infancia. Observamos movimientos estereotipados como aleteo de manos, balanceo corporal, giros sobre sí mismos o caminar en puntillas de forma persistente. Estos comportamientos suelen intensificarse en situaciones de excitación o estrés.
Más allá de las estereotipias motoras, algunos niños desarrollan rituales específicos o demandan rutinas inflexibles. Cualquier alteración en la secuencia esperada puede generar malestar significativo, manifestado a través de ansiedad o crisis conductuales.
Intereses circunscritos y fijaciones
Aunque los niños pequeños naturalmente desarrollan preferencias, en el espectro autista estos intereses pueden adquirir características inusuales por su intensidad, especificidad o naturaleza atípica. Un niño puede fascinarse exclusivamente por elementos específicos de objetos (por ejemplo, ruedas de coches) en lugar del juguete en su totalidad.
Estas fijaciones pueden interferir con el desarrollo de repertorios de juego más amplios y con la participación en actividades típicas de la edad. La resistencia al cambio y la preferencia por la predictibilidad se convierten en características prominentes del perfil conductual.
Particularidades sensoriales
Hiper e hiposensibilidad sensorial
Las alteraciones en el procesamiento sensorial representan un componente frecuente aunque variable del espectro autista. Algunos niños manifiestan hipersensibilidad, reaccionando intensamente ante estímulos que otros toleran fácilmente: sonidos cotidianos, texturas de alimentos, etiquetas de ropa o luces brillantes.
Contrariamente, la hiposensibilidad se caracteriza por respuestas reducidas al dolor, la temperatura o estímulos sociales. Estos niños pueden buscar activamente experiencias sensoriales intensas: presionar objetos contra los ojos, oler persistentemente objetos inapropiados, o buscar movimientos vestibulares vigorosos.
Búsqueda sensorial atípica
La exploración sensorial atípica puede incluir fascinación por aspectos perceptivos específicos: observar objetos en rotación, examinar detenidamente luces o patrones visuales, o explorar objetos exclusivamente mediante el olfato o el tacto en lugar de la manipulación funcional.
Señales de alarma específicas por rangos de edad
0-12 meses
Durante el primer año, las señales pueden ser sutiles pero significativas. Ausencia de sonrisa social a los 6 meses, falta de reciprocidad en las interacciones cara a cara, contacto visual limitado, y ausencia de balbuceo a los 9 meses constituyen indicadores que merecen evaluación especializada.
La falta de respuesta a su nombre, limitado interés en juegos sociales, y ausencia de gestos comunicativos (señalar, mostrar, dar) al finalizar el primer año representan señales adicionales que no deben pasarse por alto.
12-24 meses
Este período resulta especialmente crítico para la identificación. La ausencia de palabras a los 16 meses, la falta de imitación espontánea, y la no aparición de juego funcional constituyen marcadores importantes. La regresión en habilidades previamente adquiridas merece atención inmediata.
Observamos también patrones de juego repetitivos, alineación de objetos, fascinación por partes de juguetes en lugar del objeto completo, y dificultades persistentes en la transición entre actividades.
24-36 meses
Durante el tercer año, las señales tempranas de TEA en niños de 0-3 años se vuelven más evidentes. La ausencia de frases de dos palabras, el juego simbólico limitado o ausente, y las dificultades significativas en la interacción con pares constituyen indicadores claros.
Las estereotipias motoras pueden intensificarse, los rituales se vuelven más elaborados, y las reacciones ante cambios en rutinas se manifiestan con mayor intensidad. El aislamiento social y la preferencia por actividades solitarias se hacen más patentes.
Importancia del diagnóstico diferencial
Es fundamental reconocer que muchas de estas características pueden aparecer transitoriamente en el desarrollo típico o asociarse a otras condiciones. El retraso simple del lenguaje, la privación ambiental, las alteraciones auditivas, o los trastornos específicos del desarrollo pueden presentar algunos indicadores similares.
La evaluación debe ser multidisciplinar, considerando la historia evolutiva completa, observaciones estructuradas del comportamiento, y la utilización de instrumentos estandarizados de screening como el M-CHAT-R/F. La interpretación de los resultados requiere experiencia clínica y conocimiento profundo del desarrollo infantil (Sivapalan et al., 2024).
Papel de los profesionales en la detección precoz
Como profesionales de la educación y la psicología, ocupamos una posición privilegiada para identificar desviaciones en el desarrollo. La observación sistemática en contextos naturales, la colaboración estrecha con las familias, y la formación continua en indicadores tempranos resultan esenciales.
La detección no implica diagnóstico, pero sí la responsabilidad de derivar adecuadamente a servicios especializados cuando existan dudas fundamentadas. La intervención temprana, iniciada idealmente antes de los 3 años, ha demostrado impactos significativos en el desarrollo de habilidades comunicativas, sociales y adaptativas.
Recursos y herramientas de evaluación
Existen diversos instrumentos validados para el cribado en población general. El M-CHAT-R/F (Modified Checklist for Autism in Toddlers, Revised with Follow-Up) constituye una herramienta de screening ampliamente utilizada entre los 16-30 meses. Su administración es sencilla y proporciona orientación sobre la necesidad de evaluación especializada.
Otras herramientas incluyen el CSBS-DP (Communication and Symbolic Behavior Scales Developmental Profile) y el ADOS-2 (Autism Diagnostic Observation Schedule), este último utilizado en contextos de evaluación diagnóstica especializada.
Comunicación con las familias
Abordar las preocupaciones sobre el desarrollo con las familias requiere sensibilidad, empatía y conocimiento sólido. Es importante comunicar las observaciones de forma clara pero no alarmista, enfatizando que la evaluación especializada permitirá clarificar dudas y acceder a apoyos apropiados.
Las familias frecuentemente experimentan una amplia gama de emociones: negación, ansiedad, culpa o alivio al encontrar explicaciones para comportamientos que les preocupaban. Nuestro rol incluye proporcionar información precisa, conectar con recursos especializados, y mantener una actitud de apoyo sostenido.
La detección temprana del espectro autista constituye un proceso complejo que requiere conocimiento especializado, observación cuidadosa y colaboración interprofesional. Nuestra responsabilidad como profesionales de la educación y la psicología incluye mantenernos actualizados, desarrollar habilidades de observación sistemática, y establecer redes de derivación efectivas que garanticen que los niños y sus familias accedan oportunamente a los apoyos que necesitan.
Formación especializada en detección e intervención temprana
La complejidad del Trastorno del Espectro Autista y la importancia crítica de la detección precoz demandan una formación especializada y actualizada por parte de los profesionales que trabajan con población infantil. El conocimiento profundo de los indicadores tempranos, las herramientas de evaluación validadas y los protocolos de intervención basados en evidencia resulta indispensable para ofrecer servicios de calidad.
Para aquellos profesionales de la psicología, educación o atención temprana que deseen profundizar en esta área tan especializada, existen programas formativos que integran ambas dimensiones fundamentales: la detección e intervención en los primeros años de vida y el abordaje específico del espectro autista. El Doble Máster en Atención Temprana y Trastorno del Espectro Autista ofrece una formación completa y especializada que capacita a los profesionales para identificar señales de alerta, realizar evaluaciones rigurosas, diseñar planes de intervención individualizados y colaborar eficazmente con familias y equipos multidisciplinares.
Invertir en formación especializada no solo enriquece nuestra práctica profesional, sino que multiplica nuestro impacto positivo en el desarrollo y bienestar de los niños y sus familias. La detección temprana salva vidas, y contar con profesionales altamente cualificados marca la diferencia entre una intervención oportuna y oportunidades perdidas en momentos críticos del neurodesarrollo.
