Continuando con la serie de artículos sobre el desarrollo evolutivo en la infancia y la adolescencia, que comenzamos la semana pasada, hoy vamos a profundizar en el análisis de las principales características que definen este proceso entre los 7 y los 10 años de edad.
Esta etapa de la infancia se caracteriza por un relativo periodo de estabilidad, una vez superados los conflictos de las etapas evolutivas anteriores y cuando todavía no se han comenzado a experimentar los efectos biológicos y psicológicos propios de la pubertad.
No obstante, al tratarse de una etapa de transición, suele el comportamiento del niño suele caracterizarse por cierta ambivalencia y confusión, en los que se alternan comportamientos “adultos” con reacciones propias de una edad inferior.
Este periodo supone el enfrentamiento definitivo del niño con la realidad externa, implicando la necesidad de adaptar su comportamiento a los requerimientos que el mundo real y la vida en sociedad le impone.
El desarrollo físico viene determinado por un crecimiento más regular, sin las alteraciones de talla y peso característicos de la etapa anterior.
Es preciso, durante este periodo, llevar a cabo una preparación mental del menor para los cambios que se producirán durante la prepubertad, que, normalmente, en las niñas comenzarán a los 10 años y en los niños se retrasará hasta los 12 años.
En el ámbito comunicacional, el desarrollo será prácticamente total a nivel verbal y emocional, facilitando la creación de vínculos con sus semejantes.
El juego sigue constituyendo la principal actividad para fomentar el desarrollo tanto de capacidades físicas como intelectuales, así como para el aprendizaje de conceptos relativos al funcionamiento grupal.
En cuanto al desarrollo cognitivo o intelectual, entre los 7 y los 10 años se producirá un incremento de la capacidad de razonamiento y comprensión objetiva de aspectos concretos de la realidad, lo que repercute en un mayor nivel de tolerancia hacia la frustración y por una inmensa curiosidad e interés hacia el mundo que le rodea y sus secretos.
Asimismo, a medida que se vaya avanzando en esta etapa, el niño comenzará a utilizar la inteligencia basada en la lógica formal o abstracta, que contribuye al razonamiento a través de hipótesis.
Los cuentos son un instrumento muy útil para contribuir al desarrollo cognitivo del niño, tal y como comentamos en el artículo “El papel de los cuentos en el aprendizaje infantil y juvenil”, ya que amplían su mundo, aprendiendo a convivir y desarrollando su creatividad, imaginación y conocimientos.
Por último, en relación al desarrollo psicosocial, la escuela supondrá la consecución de un proceso de socialización pleno entre iguales, más allá del proceso iniciado en la etapa anterior con la familia y los compañeros de juegos.
Por tanto, la importancia de la escuela no estriba únicamente en el aprendizaje formal, sino que servirá para que el menor se relacione con figuras adultas ajenas a su familia, fomentar la amistad con otros niños y su relación con ellos, dentro de un ambiente “menos protector” que el que tiene en su hogar.
En aquellos casos en los que haya un mayor apego a sus progenitores, pueden producirse comportamientos regresivos en el momento de la separación, siendo sumamente importante el manejo racional de estos casos.
A lo largo de este periodo se produce una evolución desde la necesidad de una relación de amistad en grupo, propia de los siete a nueve años, a una reducción del grupo y mayor selección de las amistades principalmente en función del sexo.
Excelente artículo
Muy buena información para todo los padres que buscamos mejorar la educación de los niños . Como padres siempre nos preocupa el desarrollo sano de nuestros hijos.